La Daga Obsidiana
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Capítulo I: Decisiones

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Mensaje  Melbine Jue Oct 06, 2016 10:38 pm

Mientras la guerra contra la Legión se lleva a cabo y miles de héroes sacrifican sus vidas en defensa del mundo, en Lunargenta, la gran urbe elfica, capital de su reino, un elfo prisionero es visitado por una figura, dentro de su calabozo.


-Athanian, realmente, no tienes cura posible-. La voz de la figura, sonaba firme y potente, pero con un dejo de odio en su voz, como si se contuviera para no asesinar al elfo.

-Campeón Esthelion... creí que estaba ocupado, siendo un héroe contra los demonios. ¿No lo eres acaso? Un maldito  héroe- El elfo llamado Athanian se puso lentamente de pie, limitado por las cadenas en sus tobillos y muñecas. Su cuerpo temblaba de manera algo violenta  y al acercarse a la Luz de una tenue lámpara, exhibió su rostro demacrado y casi carente de color.

-No soy un héroe Athanian. Cumplo con mi deber como Caballero de Sangre. Un destino que tú también hubieras podido tener, si no hubieras sucumbido ante ella- . Antes las últimas palabras, Athanian bajó la mirada repentinamente, gesto poco común en él.

-Athanian, se bien que te llevo por este camino maldito, repleto de excesos y con el yugo de la muerte sobre ti. Fue ella, la manipuladora de magias viles.

-Dile bruja y ya, Esthelion. Deja tu estúpida formalidad y cordialidad para tus esbirros, digo, escuadrón...

-No tengo ninguna intensión de ser cordial o formal contigo, Athanian Hoja Sangrienta. Pero mi protocolo como Campeón es actuar de esta manera. Y pese a tus torpes intentos de provocación, no sucumbiré a caer tan bajo como tú-. Tras decir estas palabras, Esthelion dio algunos pasos hacia adelante, llegando a la zona iluminada por la lámpara, mientras bajaba la capa que ocultaba su rostro.

-¿Que quieres Esthelion? Me capturaste, ¿no? Se supone que eres todo un caballero en la Ciudad. Como lo fuiste siempre...

-¿Aún sigues resentido por nuestra infancia Athanian? Creí que un hombre como tú, no sería tan débil de mente.

Athanian observó a Esthelion de una forma extraña. Si bien su rostro demacrado carecía de expresión, en sus ojos se podía observar, una rabia, apenas perceptible.

-Esthelion, ¿recuerdas cuando apenas éramos unos niños? Tú siempre fuiste el orgullo de nuestros padres. Siempre te miraban con adoración. Toda nuestra aldea lo hacía.

-Athanian. Por favor, eso no tiene ningún sentido. Tú conoces la verdad, pero no te atreves a ver la realidad. Porque eres un cobarde.

-¡Esa es la verdad! ¡Tú siempre eras el mejor en todo!-. Exaltado repentinamente, Athanian intentó acercarse a su hermano, aunque fue inútil, debido a sus grilletes.

-No Athanian, sabes bien que no es esa la verdad-. Respondió Esthelion, negando con la cabeza.

-Tú y yo, nacimos a la vez, ambos fuimos adiestrados por nuestros padres, desde pequeños. Tú siempre fuiste más rápido de mente, más astuto. Yo siempre fui más fuerte y diestro para el combate que tú, Athanian. Pero tras el paso de los años, equilibramos nuestras habilidades. Lo que nos diferenció, lo que hizo que tomar distintos caminos, fue la pasión-. Sin lugar a dudas, Athanian no esperaba esa respuesta, pues se quedó quieto de repente, con la mirada expresando confusión.

-¿A qué te refieres, Esthelion? Ve al grano.

-Tú, Athanian, tenias una bella esposa, con hijos en camino, quienes mantendrían el honor de nuestra familia. Tenías un hogar, un lugar de renombre en el ejército. Pero... siempre fuiste ambicioso. Siempre quisiste más y más. Buscabas poder, diversión. Porque para ti, vivir no es divertido sin emociones-. Explicó, mirando a su hermano con repugnancia, mientras Athanian no hacía otra cosa que bajar la cabeza, dirigiendo la vista al suelo.

-Eso no tiene nada que ver con lo nuestro Esthelion ¡Tú siempre fuiste el favorito de todos, incluido nuestro honorable padre! Maldito viejo infeliz, es una suerte que esté muerto ya, de lo contrario yo mis…

Pero antes que Athanian logrará terminar la frase, recibió un fuerte puñetazo en la mandíbula. Haciéndolo caer hacia atrás, con un fuerte sonido metálico, producto de las cadenas chocando contra el suelo.

-No te permitiré que ofendas a mi familia, Athanian Hoja Sangrienta. Tú no tenías todo para ser aún mejor que yo, para ser un más que un Campeón. Y echaste todo a la basura por seguir tus sucios y repugnantes deseos. Esa es la diferencia entre tú y yo. Nuestras decisiones-. Esthelion observó a su hermano con rabia, aún apretando su puño derecho, mientras Athanian se enderezaba a duras penas, volviendo la vista hacia él.

-Hice lo que mi espíritu deseaba, Esthelion. No me deje atar a esas disciplinas y códigos estúpidos, que tanto defiendes. Fui y soy, un alma libre. Yo labro mi propio destino, nadie decida por mí. Ni lo hizo jamás.

-¿Y tu espíritu te pedía que asesinaras a personas inocentes, Athanian? ¿Te pedía que destroces completamente el corazón de una muchacha y así perderla junto con tus hijos? ¿Eso pedía? Dímelo.

La risa macabra del elfo, resonó con fuerza en la mazmorra en la que se encontraba, mientras su hermano se estremecía ante ella, no por temor, sino, por rabia. Un sentimiento que parecía hervir en todo su cuerpo, subiéndole hasta la cabeza a un ritmo vertiginoso.

-Eres un idiota… hermano. No entiendes nada. Crees que todo se soluciona con palabras. No tienes idea de lo que es una pasión o un deseo. O de lo que es la emoción de la aventura. Siempre has vivido bajo la sombra de nuestro padre, de nuestro General. Con sus códigos, sus normas y sus leyes. Yo me harté de eso y decidí huir, algo a lo que tú no te atreverías jamás, cobarde.

-Athanian, ¿tanto te ha trastornado el estar tocado por magias viles? ¿Dónde estará ese muchacho que alguna vez, fue mi hermano?-. Esthelion se expresó con gran calma, pese a la furia interior que lo abordaba más a cada momento.

-No, Esthelion, no, ¡vaya que eres lento!, ¿acaso no entiendes las cosas? La bruja no fue la que me cambio. Yo decidí hacerlo, por gusto propio, por ansías de ser distinto, de ser mejor que tú, mejor que todos ustedes. Tome la decisión de vivir una vida llena de lo que más ansío tener: placer. Tú no lo entenderás, porque nunca has sentido el placer de poder tener todo lo que quieres, todas las mujeres, los lujos, jamás has logrado sentir el calor de una bella dama, como las que yo tuve. Me das lastima.

Athanian escupió a los pies de Esthelion, sonriendo tras esto. Mientras su hermano se mantenía inmóvil, en silencio, con sus ojos cerrados y los puños apretados a cada lado de su cuerpo.

-Ahora lo entiendo, hermano. Tú decidiste sobre qué hacer con tu vida. Optaste por ese camino lleno de excesos y depravaciones. Totalmente alejado de lo que nuestros padres nos enseñaron.

-Lleno de goce, hermano. De goce. Nuestros padres solo nos enseñaron a vivir y a morir por un reino inoperante, en el cual, nadie valora lo que haces o no por ellos. Eso no es poder, es sacrificio. Y para mí, el sacrificio es sumamente inútil, ¿dar la vida por los demás? No me hagas reír, Esthelion.

Eso pareció ser la gota que rebalsó el vaso, puesto que, apenas terminó de expresarse, Esthelion pateó a su hermano en el pecho, haciéndolo caer hacia adelante, retorciéndose de dolor y así apoyando su pie sobre su espalda desnuda.  

-Te equivocas. Tú y tu basura de ideales. No sabes lo que es poder, ni lo que es vivir. No sabes amar, ni ser amado. ¿Quieres saber qué es el poder? El poder es salvar una vida, amar a alguien, completar la vida de otros. Tú, solo tienes cicatrices y placeres pasajeros, que se agotan a medida que tu vida lo hace. Y cuando esta llegue a su fin, nadie te recordará. Nadie te nombrará. Serás solo un pobre diablo que en algún momento, pudo tenerlo todo, pero optó por la nada.

-¿La perdiste a ella Esthelion, eh? ¿Es eso, no? Te da rabia que yo la haya tenido y tú no, que por mi culpa, te veo con asco, así como a nuestra familia-. Athanian sonrió con malicia a su hermano, mirándolo de reojo, apenas girando la cabeza, pero para su sorpresa, no observó tristeza o furia en el rostro de Esthelion, sino, una sonrisa burlona, que este apenas disimulaba.

-No la he perdido, Athanian. Todo lo contrario, gracias a ti y a tus vulgares acciones, he encontrado una mujer con la que estaré encantado de compartir mi vida. Por muy sorprendente que te parezca.

Evidentemente, Athanian jamás esperó tal respuesta, puesto que, giró aún más la cabeza, clavando la vista en su hermano, con gran estupor.

-¿Que tú… que?

-Así como lo has oído cerdo repugnante. A pesar de tus actos destructivos y de tus blasfemias hacia ella, se ha logrado recuperar totalmente y ahora, ella está conmigo. Y yo la ayudaré a completar su vida y a ser tan feliz como ella merece.

-No me hagas reír Esthelion. Yo la he tomado antes que tú y apenas salga de aquí, volveré a tomarla… y si no le gusta, pues, la obligare. Y no habrá nada que puedas hacer para detenerme, ni a nadie, pues tu estarás muerto o combatiendo como soldadito frente a la Legión-. Pero esta vez, la sonrisa maligna se borró instantáneamente, al ver como Esthelion desenvaino su espada.

-Esta vez, me aseguraré de que no vuelvas a escapar. Ni que vuelvas a lastimar a nadie más.

-No puedes Esthelion, eres un campeón. No me han llevado a juicio aún, no puedes tocarme sin recibir un castigo.

-Pues… déjame decirte, Athanian Hoja Sangrienta, que en ocasiones, uno debe tomar las riendas de su destino. Sé que las reglas de los Caballeros de Sangre, me impiden ejecutarte sin juicio previo. Pero no mi código moral. Y tú, eres una amenaza para mi futura esposa y para mi familia.

-¡No, Esthelion, espera!

Pero mientras su hermano se retorcía debajo de su pie, Esthelion elevó la hoja de la espada, sobre la altura de su cabeza, y bajó la mirada hacia Athanian, con la mirada severa típica en él.

-Adiós, Athanian Hoja Sangrienta. Que tus fechorías sean olvidadas, junto con tus repulsivos restos.

-¡Hermano, no…!

Un silencio atroz, se hizo presente en la mazmorra del Cuartel, que solo fue roto por el goteo de la sangre, en la espada de Esthelion, mientras la cabeza de su “hermano” rodaba hacia un costado de la celda, aún con una expresión de terror en su rostro.

-Que la Luz guie mi camino y que algún día, te conceda el perdón, hermano. Perdón que yo nunca te daré.

Esthelion suspiró con fuerza, limpiando la hoja de su espada en los ropajes del cadáver decapitado y guardándola en la funda. Para luego, lentamente, comenzar a limpiar el lugar, envolviendo en cuero, los restos y llevándolos fuera del lugar.
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